Hoy te traigo un tema que llevo un tiempo estudiando y trabajando: el pensamiento sistémico o systems thinking. Ya hice una pequeña introducción en este otro post, pero hoy quería desarrollar un poquito más la idea.
Desde mi punto de vista es una herramienta fantástica que permite acercarnos a los diferentes problemas que implica la sostenibilidad de una forma más completa.
Tengo que decir que, por mi propia formación, pasar a trabajar con esta metodología fue un paso bastante natural.
Haber estudiado y trabajado con Análisis de Ciclo de Vida o temas relacionados con la ecología, facilitan enormemente este cambio de enfoque a la hora de analizar cualquier situación.
Pero aunque no tengas formación en este estilo, te animo a que intentes probarlo, ¡a todo se aprende con práctica!
¿Qué es systems thinking?
Intentando simplificar lo más posible, el pensamiento sistémico es una forma de ver y hablar de la realidad que nos ayuda a entender y trabajar mejor con los sistemas que existen en nuestro entorno y en nuestra vida.
Asociado a ésto hay, cómo no, un vocabulario específico, una serie de técnicas, herramientas… puesto que tenemos que saber describir los sistemas y también cómo interaccionan entre ellos.
Hoy no me voy a meter mucho en técnicas y herramientas, pero si te interesa también este tema sólo tienes que decírmelo en los comentarios y te preparo otro post al respecto.
¿Qué es exactamente un sistema?
Un sistema es un conjunto de elementos, los que quieras, que de alguna forma interactúan, están interrelacionados o son interdependientes y que forman algo más complejo todos juntos que cada elemento de forma separada.
Un ejemplo sencillo es una familia. Está formada por diferentes elementos, las personas, con sus casuísticas y características y que tienen una forma concreta de relacionarse entre ellos.
Un conjunto de familias pueden formar parte de algo más grande, como una ciudad y un conjunto de ciudades formar parte de algo más grande, como un país y así podemos ir subiendo y subiendo.
A poco que te pongas a pensar, te darás cuenta de que vives rodeado de sistemas y que tú formas parte de muchos de ellos.

La clave de todo el asunto es que los elementos tienen que estar, sí o sí, interrelacionados y ser interdependientes de alguna forma.
Cuando empiezas a analizar tu entorno e intentar detectar esos sistemas, lo más complejo es diferenciarlos de otro tipo de agrupaciones de elementos como son las colecciones.
Las colecciones siguen siendo grupos de cosas, pero éstas no se interrelacionan o interactúan entre ella.
Algunos ejemplos:
Las herramientas dentro de su caja de herramientas son una colección. No están interactuando entre sí, aunque estén relacionados por estar guardadas en un mismo sitio.
Una cocina, también sería una colección (una colección de sistemas, para ser precisos, porque dentro de una cocina hay muchos de ellos).
Por otro lado, un frutero lleno de fruta, aunque parezca una colección, en realidad podría ser un sistema, porque las piezas de fruta están interactuando entre sí (aunque sea a un nivel prácticamente microscópico) puesto que algunas de ellas hacen que maduren más rápidamente sus compañeras.
Otro ejemplo: un equipo deportivo. También es un sistema. Y creo que la existencia de interacción entre los elementos (los jugadores) se ve claramente.
Es probable que ahora mismo te sientas un poco abrumado/a si te pones a pensar en ello. ¿Dónde acaban los sistemas? ¿Dónde empiezan?
Dependerá mucho de lo que quieras investigar y analizar. Es parte de lo bonito de esta forma de entender el mundo. También es cierto que los sistemas naturales o sociales son más complejos de entender que los tecnológicos o que no impliquen seres vivos.
Características de los sistemas
Pese a la amplitud y variabilidad que los caracteriza, los sistemas tienen algunas características comunes.
Tienen un propósito: Cada sistema tienen algún objetivo o finalidad que lo define y que le da cierta integridad que lo mantiene. Eso sí, este propósito es del sistema como un todo y no de cualquiera de sus partes de forma individual.
Todas las partes tienen que estar presentes en el sistema para poder llevar a cabo su propósito de forma óptima. Si quitas alguna de las piezas afecta a su funcionalidad. Este aspecto es muy interesante a la hora de trabajar la sostenibilidad, porque si somos capaces de detectar qué elemento debemos quitar o cambiar para reorientar el sistema hacia donde nos interesa, podremos encontrar nuevas soluciones a problemas existentes.
El orden en el que se presentan o colocan las partes afecta a su funcionamiento. En el caso de las colecciones, no pasa nada si combinamos los elementos de cualquier manera (piensa en la caja de herramientas, no pasa nada si un destornillador está encima del todo o abajo del todo pero en un sistema, reorganizar los elementos pueden implicar un gran cambio.
Finalmente, los sistemas intentan mantener su estabilidad a través de algún tipo de retroalimentación. Este feedback es, básicamente, la transmisión y devolución de información que permite al propio sistema saber si lo está haciendo bien o como debería ser. Piensa en cómo la fiebre te avisa de que algo no está bien en tu cuerpo o la lucecita del coche que te informa de que toca hacer la revisión. Eso te permite actuar en consecuencia.
Como te decía antes, los sistemas que de alguna forma implican seres vivos tienen una complejidad mayor, por lo que nos cuesta ver cuál es su propósito o cómo están diseñados con precisión.
Ésto provoca que a veces actuemos en esos sistemas de formas sin entender realmente cuáles serán los impactos de nuestras acciones en ellos.
Siempre que hacemos ésto, existe el riesgo de “romper” ese sistema y seguro que ahora mismo se te ocurren algunos ejemplos 😉
¿Empiezas a ver cómo puede servir para diseñar soluciones de sostenibilidad?
El iceberg del pensamiento sistémico
Una metáfora muy habitual a la hora de explicar el pensamiento sistémico es la del iceberg.
Así en un sistema, hay una parte superior que es la que vemos o tocamos, pero una gran parte bajo el agua que no podemos más que intuir.

En la superficie, nos encontramos los acontecimientos o eventos, las cosas que pasan. Para identificarlos, te puedes hacer la pregunta ¿qué está pasando aquí?.
Así, podemos ver que una de las cosas que pasan es que cojamos un resfriado, que el fuego quema o que existe mucha contaminación en nuestras ciudades.
Debajo de ésto, ya bajo el agua, están los patrones y tendencias. Para detectarlos puedes preguntarte ¿qué se está repitiendo? Y podrías ver que pillas catarro más fácilmente cuando estás cansado, que se dan incendios más habitualmente en zonas rurales con rentas especialmente bajas o que los días que llueve se detecta una mayor contaminación.
A mayor profundidad es donde está la estructura de los sistemas. Cómo se relacionan entre sí esos patrones y eventos. Esta estructura puede ser física o algo intangible.
En la parte baja del iceberg se colocan los modelos mentales. Son las creencias, asunciones o supuestos que tenemos arraigados y que son nuestra forma de entender o ver el mundo.
El autor de la Teoría U, Otto Scharmer, incluye otro nivel aún más profundo, que es la fuente de inspiración y creatividad. Es decir, cuando actuamos en un sistema, ¿lo hacemos sólo por nuestro interés particular o nos ponemos realmente al servicio del sistema?
Entonces, ¿qué implica el pensamiento sistémico?
Al final, todo se “reduce” a ser capaz de mirar con perspectiva, lo más amplia posible, a considerar que además de tu punto de vista puede haber muchos más. También necesitas examinar cómo se relacionan las cosas, buscar las causas originales e ir capa a capa, como una cebolla, con cada cosa.
Aplicar el pensamiento sistémico en la sostenibilidad nos permite ver y entender mejor los impactos derivados de las decisiones que se tomen en los negocios y también ayuda a evitar las consecuencias no deseadas.
También nos permite encontrar formas de innovar y de diseñar las cosas para crear y generar un cambio positivo.
Piensa que la sostenibilidad, al final, son grandes (enormes) sistemas interrelacionados: el social, el ambiental y el económico.
No necesitas un título universitario, ni una formación específica para poder hacer ésto, pero sí hay algunos “buenos hábitos” que te ayudarán a integrar el pensamiento sistémico en el día a día, como tener un pensamiento crítico, buscar conexiones entre las cosas, intentar no juzgar lo que ves y sólo verlo o mantener una actitud de curiosidad hacia las cosas.
El reto está en usar todo ésto para cambiar,a mejor, cómo hacemos las cosas.